El «Don Juan» de Gregorio Marañón
Como ensayista Marañón se ocupó de los temas centrales de la cultura española, de las manifestaciones más cotidianas; pero nada baladí. Por el contrario, los más triviales temas son diseccionados por la pluma de Marañón de una manera lúcida y sensata.
Aquí nos ocupa el tema del Don Juan. Es un tema que preocupó a varios pensadores de este momento histórico. Incluido el gran Ortega en sus ensayos «Sobre la elección en el amor». Marañón, decíamos, le dedicó varios textos, nos interesa el que titula: «Gloria y miseria del Conde de Villamediana», en donde el autor trata de volver sobre el tema, en consideración de que en otro espacio dijo «algunas cosas duras», que la gente interpretó mal. El autor cree necesario replantear algunos tópicos para evitar equívocos. Pues no cabe duda que la figura de Don Juan, ha sido «manantial de tantas creencias literarias», y por ello urge su análisis serio.
Lo primero es ubicar su relación con el tema de hoy: pues aunque pareciera que los tiempos que corren no admiten la idea de un «burlador» al estilo donjuanesco; dado que las costumbres se han relajado, se han dispersado; dado que los valores en relación con los compromisos sentimentales han casi desaparecido. Pero, dice Marañón: «el juego teatral, aventurero y romántico que supone la seducción de la mujer» aún sigue vivo; aún está presente en estos tiempos en los que el teléfono y el automóvil acortan las distancias y disminuyen las relaciones profundas.
Importa, en segundo lugar, vincular el fenómeno al ámbito de lo biológico: para nuestro autor, el ánimo que guía al conquistador es propio de la juventud, pues en esa etapa la vida pinta para ser turbulenta, arriesgada, sin punto fijo. Cierto que habrá excepciones, eso que llama el donjuanismo tardío, «hombres cuyas buenas fortunas no comienzan hasta la plena madurez», pero son expresiones de otro tipo. Normalmente cobran sentido por otras circunstancias.
Y es aquí donde nuestro autor desvía su atención hacia el lado cultural y literario del fenómeno. Más aún, hacia la parte de mito que lo rodea. En primer lugar, la nacionalidad del fenómeno. Por más que se diga y repita hasta al cansancio que el Don Juan no puede ser sino español, Marañón se ocupa en demostrar que esto no es así. El aparente origen español del donjuanismo débese, según nuestro autor, a que el Don Juan es un rebelde, y
«su rebeldía era más heroica, más llamativa que en parte alguna en España; porque, entre nosotros, los poderes contra los que se subleva ―Dios y el Estado― eran también más fuertes que en parte alguna».[93]
El físico del Don Juan, se ha creído, es de orden típicamente masculino. Nada de eso, dice Marañón; más bien. debe considerarse lo contrario. El Don Juan posee rasgos faciales de orden femenino, pues de otra manera no podría ser un conquistador empedernido; solo un espíritu incapacitado para el amor, puede mostrarse dispuesto al cambio constante, a la fluctuación continua de su pasión amorosa; dos cosas entonces, un Don Juan varía en su apreciación de la mujer, al grado de no poder concebir el verdadero milagro del amor maduro y pleno y, por ello, es menester un físico más plásticamente bello, éste es el argumento de Marañón:
«La morfología que corresponde a los hombres dotados de una capacidad amorosa extraordinaria es, por lo común, un tanto antiestética: talla reducida, piernas cortas, rasgos fisonómicos intensamente acusados, piel ruda y muy provista de barba y vello. Nada, por lo visto, parecido al Don Juan esbelto, elegante, de piel fina, cabello ondulado y rostro lampiño.» [74]
Y más aún, nuestro autor, en su empeño por derrumbar los mitos, definirá al Don Juan como un ser que no disfruta de la experiencia mística que es el amor. Y su leyenda no contribuye sino a perpetuar los mitos de una clase de sentimentalismo simplón que esta representado en el Conde de Villamediana por primera vez en la historia: «En último término, si me apurasen a decir quién fue en vida el primer Don Juan yo no dudaría en responde que Villamediana» De ahí el título de su breve ensayo.
Las citas son tomadas del texto:
Gregorio Marañón, Don Juan. Ensayos sobre el origen de su leyenda, Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1942, pp. 65-110
Filosofía en México siglos XVI y XVII, según Rocafull
José Ma. Gallegos Rocafull en su texto La Filosofía en México en los siglos XVI y XVII, se propone examinar los principales problemas de la “colonización”, en el contexto de la Filosofía; o más bien, de la producción filosófica. Él, en principio, toma distancia y no genera posición ideológica, moral, quiero decir, ante el proceso de colonización. Evitando con ello el fácil lugar común que consiste en caracterizarla como una imposición, como un acto de crueldad, maldad, destrucción, etc. De inmediato se pone en contacto con la mentalidad del misionero, y sus posibles problemas:
“Hombres que en su patria no hubieran destacado, se agigantan en estas tierras y tratan de ordenarlas por las buenas o por las malas con un frenesí vital en el que por fuerza había de haber, al lado de geniales aciertos, crasos errores.”
Y en efecto, no son simples los problemas cuando se les ve su lado humano. Misioneros, magistrados y encomenderos se involucraron en carne y hueso con este proyecto, y en esa misma medida intentaron dar respuesta.
Por supuesto que en este intento, TODO entra en juego. A tal grado que el autor comienza por revisar la misma idea del hombre, que es cuestionada. El contacto con el indígena provoca, ciertamente, desconcierto. Y, de entrada, se pone en duda su carácter humano. Idea que, de tan mentada en ciertas zonas, llegó al mismo Rey Carlos V, por boca de fray Juan de Quevedo. Como se ve, hay aquí un problema grave. Pues del resultado de éste se determinará la acción a emprender. Varias voces defienden, sin embargo, la racionalidad del indio. Su bondad y naturaleza humana. El mismo papa Alejandro VI los declaró “aptos para ingresar en la cristiandad”. Más aún, Gallegos presenta el testimonio mediante el cual los dominicos de San Esteban declararon la muerte a aquel que defendiera la tesis de que lo indios no eran capaces de recibir la fe cristiana. Y la ronda de Personalidades que se proclaman a favor de dicha idea es larga: Hernán Cortés, fray Bartolomé de la Casas, fray Juan de Zumárraga, fray Martín de Valencia, fray Luis de Fuensalida y Motolinia. Y, según el autor, todo marchaba bien, incluyendo la bula papal de 1557, en donde se vuelve a declarar a los indios como aptos. Hasta que un tal Ginés de Sepúlveda, escribió su Democrates alter, con el que se volvían a retomar los puntos del debate. Y, de la mano de Aristóteles, se armó el famoso Encuentro con Las Casas ante una calificada audiencia. Lo importante, entonces, de este debate no fue tanto quién lo ganó, sino lo que produjo: El indio va a ser visto como hombre. Y, en consecuencia, se le incorporará al mundo cristiano. Cosa que, curiosamente, no hicieron los angloamericanos.
Así, el autor puede pasar a la revisión del siguiente problema que él denomina “la asimilación de la nueva cultura”. Plantea, para empezar, un doble problema. Pues se trata de difundir los patrones culturales del mundo occidental al tiempo de fomentar el respeto por lo autóctono. Y el principal problema es de corte religioso: Cómo plantear la religión católica de tal manera que fuera un ejercicio libre y autónomo el que los indios la adopten… Aunque no suele decirse comúnmente, los misioneros dudaron en presentar al catolicismo como un estrato de las religiones, es decir, de ligarla con las creencias de los indios o, de plano, presentarla de golpe como absoluta y única. Hicieron lo segundo. Pero quedó como proyecto lo primero. Aún así, los medios fueron, evidentemente, agresivos: destruyeron templos, figuras, códices. Todo cuanto pudiera poner en peligro la nueva fe. Y, en ese tono, se les ha juzgado. No obstante, se menciona poco que, en el ámbito no religioso, respetaron cuanto observaron: lengua, costumbres, tradiciones. Y ahí está la espléndida Historia general de las cosas de Nueva España, del célebre Sahagún. A este respeto hay que agregar, no obstante, el cómo de la conversión de los indios. Primero someterlos y después enseñarles, o viceversa. En realidad hubo, según el autor, una seria disputa sobre este importante evento: es más, él retoma posiciones de muy alto respeto a la libertad del indio, a su voluntad. Despertando una vieja discordia europea sobre el bautismo de los niños y el papel del padre en dicha actividad. Con esto, se ve, cómo el nuevo mundo aportaba al viejo, nuevos problemas, nuevos planteamientos.
Otro de los asuntos a tratar fue el de la cuestión jurídica. Que no resultó, tampoco, un problema de fácil resolución. Pero que, no obstante, fue un ejemplo de desarrollo intelectual digno de admiración:
“La controversia se desarrolla en un ambiente de amplísima libertad y de ella surgen una legislación generosa y humana, no superada por ningún otro país colonizador.”
El principal problema, dice el autor, fue el de la legitimidad de la soberanía española. El problema era ver en qué medida se podrían supeditar ciertas legislaciones como la bula Inter Caetera, con el respeto a la dignidad del indio. Que si bien tuvo pocas soluciones satisfactorias sí dio una orientación adecuada para la creación del derecho moderno. Otra vez, el nuevo mundo como factor de avance:
“Al proyectar las Indias su inquietante sombra sobre la península hispana, se dan cuenta los pensadores españoles que habían pasado de los marcos políticos del medievo a la organización estatal de los tiempos modernos sin tener clara conciencia de esta trascendental transformación.”
Y ahí estará el padre Vitoria para concretizar está labor de claro sincretismo. Y entonces aquí se entra a un debate en donde se cuestiona el alcance de la acción del Papa. Y su relación con el poder temporal. Dejando la actividad del sumo pontífice a la cuestión estrictamente espiritual. Así como la definición precisa de los derechos y las obligaciones de los indios, llegando incluso a defender la idea de que no es legal despojarlos de sus propiedades. Otro logro impulsado, indirectamente, por el nuevo mundo.
Uno más sería el gran logro de construir el régimen justo para el gobierno de las indias. Es fray Bartolomé de las Casas el que, por primera vez, articula la forma de gobierno más justa. El padre las Casas se presenta como figura emblemática de este proceso. Gallegos Rocafull hace la siguiente afirmación de él: “Lástima que sus dotes intelectuales no estén a la altura de sus sentimientos.” Era un apasionado defensor de los indios. Sin embargo el proceso legal se dirigió fuertemente a las encomiendas. Por lo que la humanidad práctica del encomendero tuvo un breve triunfo sobre la humanidad espiritual del fraile.
Después de hacer la revisión anterior, el autor puede exponer sus ideas sobre la filosofía y los filósofos en México, a la primera él la define como: “ese enjambre de problemas que de esta tierra volaron al otro lado del mar, incitando el pensamiento de la metrópoli y obligándole a hacer un intenso y fecundo esfuerzo.” Interesante definición que vuelve a poner en evidencia cuánto del nuevo mundo orientó la discusión en el viejo. Vamos, su influencia.
Empieza por el Renacimiento. Los pensadores vienen con ánimo de aventura. Creando mundos, imaginando paraísos. En definitiva, quieren “limpiar las manchas que tenía el viejo mundo”. Ellos traen la herencia grecorromana, tan fecunda y practicada en la Real y Pontificia Universidad de México. Tan profundo fue su asentamiento, que el autor cita la siguiente afirmación: “México empezó a cobrar el nombre de Atenas del Nuevo Mundo.” Una serie de pensadores, humanistas en su interior, empiezan a publicar y postular su pensamiento, que no dejó de lado la defensa del alma del indio, pues “en bondad no ya igualaba, sino que superaba a los españoles.” Sus escritos pintan a los indios como verdaderos apóstoles, cristianos originales. Don Vasco de Quiroga, inspirado en Moro, apunta que la edad de oro se realizará aquí y ahora, en las Indias. Es decir, se debe evitar la contaminación del viejo mundo, y aspirar a construir el Reino de la Justicia, con los indios y para ellos. Juan de Zumárraga, el seguidor de Erasmo, pugna porque se traduzcan las sagradas escrituras al lenguaje de los indios.
Ahora el autor revisa la escolástica. Y salen a la luz autores como Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Domingo de Soto, Domingo Bañez, Luis de Molina, Francisco de Toledo, Gabriel Vázquez y Francisco Suárez. Todos eminentes teólogos que sientan las bases para el estudio de Aristóteles y consiguen hacer escuela publicando numerosos estudios.
Viene, después una revisión meramente descriptiva ─por lo que no nos detendremos mucho en los detalles─ de los pensadores del XVI. Todos ellos maestros y promotores, también, de la teología humanista. Sale a la luz, primero, fray Alonso de la Veracruz, agustiniano, ávido lector de Santo Tomás y defensor del catolicismo. Sus textos sirvieron de base para la enseñanza de la filosofía durante mucho tiempo. Igualmente el padre Antonio Rubio más dedicado a la Lógica de Aristóteles. Salen más nombres a la palestra, como el de Tomás de Mercado, y el padre Antonio Arias, jesuita que publicó mucho en latín y se dedicó principalmente sobre la teoría de Aristóteles y Euclides. Como se ve, a estas alturas del texto, Gallegos Rocafull, sólo se dedica a dar noticia de los principales autores del periodo, de sus principales obras, y ─muy pocos─ comentarios sobre la cuestión filosófica, a no ser de sus posibles influencias.
Así lo hará para el siglo XVII al que considera “de tradición y reposo”; en general se sigue con la escolástica. Y el índice de profesores es vasto, aunque no se publica, según Gallegos, ninguna obra específicamente filosófica. Entre los profesores que vale la pena destacar se encuentra el doctor Juan Díaz de Arce. Y más adelante, nuestro autor, les da el lugar a los jesuitas Andrés de Valencia, Diego Caballero, Sebastián González, Agustín Sierra y Diego Marín de Alcázar. Quienes superaron toda producción filosófica del momento. De éste último ─Diego Marín de Alcázar─ se hace notar que su obra fue la más destacada del siglo, polemista, profundo e ingenioso.
Y éste es, para concluir, el cuadro que presenta el autor sobre la filosofía en México, durante los siglos XVI-XVII. Una filosofía, como se ve, fuertemente dominada por religiosos, promotores de la escolástica y que, navega algo alejada del pensamiento que se está desarrollando en Europa. Quizá de ahí su brillantes. Pues no cae, al menos en este primer momento, en la pesadez de la cientificidad moderna, que traerá como consecuencia la filosofía moderna y el cogito cartesiano. Y con ello, el positivismo a ultranza.
¿Qué es América latina?
En su «Introducción» a América Latina. Introducción al extremo occidente. editado en México por Siglo XXI en 1989 y que abarca las páginas 17-36, Alain Rouquiè se plantea una pregunta: ¿Qué es América Latina? Fenómeno cultural, étnico o geopolítico, el espacio que comúnmente conocemos con el título de América Latina encierra en sí dificultades para su correcta definición. Alain Rouquiè, que está perfectamente al tanto de lo anterior, hace revisión de los diferentes problemas que implica una nomenclatura común para este territorio. Tratando de abordar todos y cada uno de los posibles nombres que son plausibles, nuestro autor establece los límites de cada uno, los somete a riguroso análisis que en concordancia con la realidad que le sirve de juez, saca a la luz casi todos los problemas de nomenclatura.
Ahora bien, no se trata tanto de denunciar la falta de un concepto viable como de profundizar en los ya existentes. A partir de ellos se logra una comprensión casi homogénea de este espacio. Por cierto que el uso de los referentes internacionales, más concretamente de las grandes potencias, le permiten al autor llegar a disertaciones útiles en el marco de la historia de estos pueblos, de estas naciones. Los títulos de pueblos homogéneos, heterogéneos y en vías de hogeneización son recursos importantes que permiten al autor hacer más comprensible su discurso, y por tanto su análisis.
Quedan claras varias cosas: que la llamada América Latina NO es un todo homogéneo, que tiene rasgos en común pero los tiene también diametralmente opuestos. Y que el curso histórico de estos pueblos nos ofrece mucho de su presente, su desgracia histórica.
Identidad filosófica en América latina
¿Es posible una filosofía latinoamericana? De ser así, ¿cuál es la especificidad de ésta? Ponderando diferentes opiniones, Jorge Gracia e Iván Jaksic en su texto Filosofía e identidad cultural en América latina, publicado por Monte Ávila en 1988 intentan dar un contexto para su posible existencia, para la validez de un proyecto autónomo. Una análisis breve de la implicación teórica de lo anterior es presentado, para ubicar, por los autores. (Hay “X” en “I”)
No hay respuestas directas al problema, queda claro, pero sí una serie de reflexiones y contextualizaciones cuya pertinencia histórica y filosófica favorece la inquietud del filosofar en el nuevo continente o de que el nuevo continente filosofe. Un problema nada sencillo cuando se tiene como modelo a los “grandes pensadores” del mundo mundial (léase occidental).
El examen es, entonces, revisionista. Y son tres posturas, principalmente y de manera muy general, las que asoman como posibles marcos de referencia, que no como soluciones. Porque la solución es compleja y confusa. Porque, ¿qué es filosofía? ¿Cómo definir el aspecto concreto del ámbito filosófico para un espacio geográfico que fue, desde siempre, parte dependiente del imperio? He ahí la primer problemática, dicen los autores. Se trata de leer y re-leer la obra de autores importantes a la luz de las posturas ya mencionadas.
Los universalistas, primero, se apresuran a dejar en claro la labor del filósofo y, de paso, los requisitos para una filosofía de buen crédito, en todo lugar y tiempo. Pero los autores no se convencen del todo con esa premisa y hacen revisión de los postulados de autores latinoamericanos que han pensado el problema. He ahí la segunda problemática.
Los culturalistas, hacen énfasis en la filosofía latinoamericana como una forma peculiar histórica y de contexto. Mediante la reflexión de la particularidad del pensamiento latinoamericano promueven la posibilidad de existencia de la filosofía, que no sería sino una extensión de lo anterior.
Y, por último, los críticos critican a los culturalistas por su muy patente manía de ideologizar y justificar regímenes políticos y a los universalistas por idealizar al filósofo. En realidad, creen, la filosofía latinoamericana está en la punta de lanza para su carta de residencia.
Así se puede dejar en claro que la forma de filosofar del latinoamericano estará condicionada por su contexto político social y cultural, por su severa condición de dependencia. Así se revisan las implicaciones de la tecnología en Alberti, Vasconcelos y Samuel Ramos. Influenciados, más que menos, por culturalistas, universalistas y críticos.
Queda una inquietud no resuelta y es la inquietud de origen. La inquietud que llevamos los latinoamericanos inscrita en nuestro pensamiento desde el mismo momento en que occidente cambió el rumbo de nuestra existencia.