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Posts etiquetados ‘Estética’

28
Nov

Noción del cuerpo

De tan fuerte y poderosa que es la reflexión hecha por Cernuda, conviene que la reproduzcamos completa:

El cuerpo no quiere deshacerse sin antes haberse consumado. Y ¿cómo se consuma el cuerpo? La inteligencia no sabe decírselo, aunque sea ella quien más claramente conciba esa ambición del cuerpo, que éste sólo vislumbra. El cuerpo no sabe sino que está aislado, terriblemente aislado, mientras que frente a él, unida, entera, la creación está llamándole.

Sus formas, percibidas por el cuerpo a través de los sentidos, con la atracción honda que suscitan (colores, sonidos, olores), despiertan en el cuerpo un instinto de que también él es parte de ese admirable mundo sensual, pero que está desunido y fuera de él, no en él. ¡Entrar en ese mundo, del cual es parte aislada, fundirse con él!

Mas para fundirse con el mundo no tiene el cuerpo los medios del espíritu, que puede poseerlo todo sin poseerlo o como si no lo poseyera. El cuerpo únicamente puede poseer las cosas, y eso sólo un momento, por el contacto de ellas. Así, al dejar éstas su huella sobre él, conoce el cuerpo las cosas.

No se lo reprochemos: el cuerpo, siendo lo que es, tiene que hacer lo que hace, tiene que querer lo que quiere. ¿Vencerlo? ¿Dominarlo? Cuán pronto se dice eso. El cuerpo advierte que sólo somos él por un tiempo, y que también él tiene que realizarse a su manera, para lo cual necesita nuestra ayuda. Pobre cuerpo, inocente animal tan calumniado; tratar de bestiales sus impulsos, cuando la bestialidad es cosa del espíritu.

Aquella tierra estaba frente a ti, y tú inerme frente a ella. Su atracción era precisamente del orden necesario a tu naturaleza: todo en ella se conformaba a tu deseo. Un instinto de fusión con ella, de absorción en ella, urgían tu ser, tanto más cuanto que la precaria vislumbre sólo te era concedida por un momento. Y ¿cómo subsistir y hacer subsistir al cuerpo con memorias inmateriales?

En un abrazo sentiste tu ser fundirse con aquella tierra; a través de un terso cuerpo oscuro, oscuro como penumbra, terso como fruto, alcanzaste la unión con aquella tierra que lo había creado. Y podrás olvidarlo todo, todo menos ese contacto de la mano sobre un cuerpo, memoria donde parece latir, secreto y profundo, el pulso mismo de la vida.

Es un texto terriblemente honesto, titulado «La posesión» y  que se puede encontrar publicado por la UNAM, en su colección «Material de lectura», con el título: «Variaciones sobre el tema mexicano».

Una visión cuasimetafísica del cuerpo humano, tema recurrente en la creacíón de Cernuda. Evoca la admiración/temor ante esa realidad que no es solo física, menos aún objetual, sino espiritual.

12
Oct

Nuestro Don Quijote: el episodio de la Cueva de Montesinos

En la cueva de Montesinos nuestro caballero andante visita, en su «sueño» el otro mundo, el mundo encantado de los libros de caballerías. Ese que tanto y tanto lleva en su mente y que esta cifrada en otro tiempo, el tiempo del encatamiento, de la magia:

«⏤¿Cuánto ha que bajé? -preguntó don Quijote.

⏤Poco más de una hora -replicó Sancho.

⏤Eso no puede ser -replicó don Quijote-, porque allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mí cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.» (II, 23)

«Allá», dice el caballero, y dice bien. Pues es un lugar muy otro el de su «sueño» de tres días, un tiempo en que ocurre la visión de sus más profundos ideales, la explicación de los lugares y las hazañas que tanto persigue, los personajes que tanto conoce y admira. Un otro lugar donde Dulcinea le pide dinero, donde no es capaz de vengar con sangre la afrenta a la veracidad de las historas, le justifica así a Sancho:

«No, Sancho amigo, no me estaba a mi bien hacer eso, porque estamos todos obligados a tener respeto a los ancianos, aunque no sean caballeros, y principalmente a los que lo son y están encantados.».  (II, 23)

Podemos decir que don Quijote ha sido beneficiado con el deleite de vivir su  «sueño», de palparlo, olerlo, contemplarlo en su mismidad. Y nada de cómico hay en la fe del caballero que todo lo toma en serio, aunque el primo y Sancho le tilden de loco. Pero un loco genuino, que cree en la nobleza de su misión, por ello le revira a su escudero:

«como no estás experimentado en las cosas mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa.» (II, 23)

Porque no se puede replicar, menos disputar lo que producto de la fe suprema, de la persecución honesta del ideal. La prueba no está sino en la creencia misma, en la vivencia del creyente.

Ocurre que el Caballero de la triste figura opera en el ideal, y los eventos que sufrió en su experiencia dentro de la cueva no admiten ni explicación ni duda. Son de otra naturaleza. Véase aquí la gran aportación quijotesca al mundo desacralizado de la modernidad.

Grande e inolvidable evento este de la cueva. Profunda su simbolización en la que Cervantes se permite la genealogía de los libros de caballería con lujo de detalles; pues resulta que Don Quijote ve pasar delante de él a los personajes que más fascinan su pasón caballeresca que hasta el lujo se da de corregir la narración:

«Cepos quedos -dije yo entonces-, señor Montesinos: cuente vuesa merced su historia como debe, que ya sabe que toda comparación es odiosa, y, así, no hay para qué comparar a nadie con nadie.» (II, 23)

¡Qué gloria la de Don Quijote cuando logra que su Dulcinea no sea comparada en belleza con la señora Belerma! Qué manera de aferrarse al deber, de ser fidedigno en los detalles.

23
Abr

Un soneto sobre el amor

He aquí uno de los poemas más intensos, más certeros, más fidedignos sobre la enfermedad del amor. Pocos fueron los que se atrevieron a rescatar esta visión, después de que el movimiento romántico nos empapó con trivialidades. Escrito por uno de los representantes más conspicuos del Siglo de Oro, Felix Lope de Vega, su soneto 129, contenido en su Rimas del año 1609:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

 

 
Aquí la fuente:

http://www.poesi.as/lvps054.htm

2
Sep

La poesía de Antonio Machado: Soledades (1899-1907)

 

 

Don José Ortega y Gasset dice que la poesía de Antonio Machado es «casta, densa y simbólica», y no le falta razón a nuestro gran filósofo. Pues al iniciar la lectura de tales versos, se puede apreciar que predominan temas de orden sentimental, dirigidos a consagrar amistades, lazos familiares, preocupaciones sociales y culturales, sin menospreciar el ámbito natural representado en esas enormes y fecundas tierras que tanto cantará el poeta; se ocupa nuestro poeta de rendir culto a socialidad inherente al ser humano y de invocar un mundo interior que le sale a flote no se sabe por qué…

Primero la tristeza familiar por la huida del hermano, el Aventurero:

 

«…y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir a un país lejano…»

 

 

y del que no se sabe si su aventura fue fructífera:

 

 

¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿lamentará la juventud perdida?

 

 

Y él mismo, el aventurero ha cambiado, casi sin quererlo:

 

«Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente;

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente…»

 

Es Machado, definitivamente, un ejemplar de este novísimo producir poético, que arrancó con la influencia de Darío, ese: «indio divino, domesticador de palabras, conductor de los corceles rítmicos.» Y que pasa a incorporar los elementos de intimidad y emocionalidad fina que los alrededores producen en el poeta:

 

¡Verdes jardincillos,

claras plazoletas,

fuente verdinosa

donde el agua sueña,

donde el agua muda

resbala en la piedra!…

 

 

Y su vocación sentimental también ocupa la actividad del poeta:

De tu morena gracia,

De tu soñar gitano,

De tu mirar de sombra

Quiero llenar mi vaso.

Me embriagaré una noche

De cielo negro y bajo,

Para cantar contigo,

Orilla al mar salado

una canción que deje

cenizas en los labios.

 

Igualmente la elegía de sus alrededores, de la naturaleza misteriosa que lo rodea, es objeto de su canto; muchos versos dedicará a decirle palabras de íntimo gozo o su inevitable tristeza, a los prados y los bosques, las colinas, las flores y los paisajes en general:

 

Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!

Medrosas tiritan tus hojas menguadas.

Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte

Con tus naranjitas secas y arrugadas!

 

Estamos ante un poeta, pues, que simboliza a la naturaleza, que provoca el habla del paisaje, es decir, hace que éste hable y nos dicte su más hondo secreto. «La tierra de Soria humanizada» ─diría Ortega, que aparece ante el poeta, y a través de él, ante nosotros, con un aire místico y cuasidivino, es una muestra de la misión de este poeta que vino a platicar al mundo para ser el vehículo de comunicación con los paisajes.

No pierde ocasión nuestro poeta, para deambular por los secretos caminos de la existencia humana, y por sus más íntimos recovecos:

 

¿Mi corazón se ha dormido?

Colmenares de mis sueños,

¿Ya no labráis? ¿Está seca

la noria del pensamiento,

los cangilones vacíos,

girando, de sombra llenos?

29
Ago

La leyenda de Don Juan en «Usted tiene ojos de mujer fatal» de Jardiel Poncela

Por más que Ortega y Gasset se esforzó en aclarar la verdadera idea del Don Juan, siguen apareciendo obras consagradas a repetir su maniatada versión populachera. Es el caso de la comedia «Usted tiene ojos de mujer fatal», donde Enrique Jardiel Poncela hace un retrato de aquel personaje sin escrúpulos que pinta la leyenda.

En efecto, el personaje de Poncela cumple con todas esas características que la leyenda atribuye al conquistador: hábil con la palabra, manipulador profesional y mentiroso de tiempo completo, Sergio Hernan cuenta también con su alcahuete, Oshidori, quien no solo admira a su ilustre jefe, sino que ha aprendido junto con él todos los secretos de la seducción.

Algo que llama la atención de esta obra es, en primer lugar, como la ocasión para cada seducción es, al mismo tiempo, un momento ideal para la presentación de máximas (o greguerías) sobre la psicología de la mujer: «Los hérores, las enamoradas y los planetas no tienen apellido» dirá Oshidori parafraseando a su señor. Y como se trata de una comedia, esta concepción de la mujer se presentan igualmente desde una óptica exagerada, así describe Oshidori a una enamorada del Señor: «La otra quiere quedarse de secretaria del señor. Asegura haber venido al mundo para sufrir intensamente.» De donde resulta que el amor para la mujer se compone esencialmente de sufrimiento. Y la chica de marras prefiere vivir como sirvienta antes de alejarse de su enamorado. De hecho, todas las sirvientas de la casa son ex amantes que no se resignan.

Otras mujeres no reaccionan así: las hay violentas y vengativas. Dispuestas incluso a provocar daño. Adelaida reacción así ante la ruptura que propone Sergio: «Y ya que aquí había una mesa puesta para dos, en la que ahora quiere comer uno solo, pues voy a tirar del mantel para que no coma nadie.» Tenemos pues, la exposición de todo el muestrario femenino, y de todos los típicos problemas que enfrenta el seductor presentados de una manera cínica, a tono con el carácter cómico de la obra.

Pero a pesar de sus leves tropiezos, el protagonista ha forjado una leyenda; hasta viaja gente a conocerlo, a tratar de descifrar sus secretos. Es ahí cuando al autor, ocupa una situación singular. Poncela usa también esta figura de Don Juan para dar una especie de moraleja: tarde o temprano el cazador es víctima. Y así es.

El personaje seleccionado para tal tarea es Pantecosti cuya familia planea alejar a una antigua amante de Sergio del matrimonio con el tio. Sergio es seleccionado por su historial. Pero en esta ocasión las cosas no salen como se espera, a pesar de los esfuerzos comunes, y la unión de fuerzas. Elena, la hermosa mujer que es víctima de tal intriga, es la que consigue enamorar a Sergio, es decir, la consigue derrotarlo en su juego y hacerlo desfallecer. Ya en su total decadencia se le ve escribiendo poemas cursis, abandonado y tristón.

Y es que el secreto del Don Juan es, precisamente, no enamorarse. Cosa que Sergio no pudo evitar tratándose de Elena. Y como se trata de una comedia, no de una tragedia. Esta obra tiene final feliz, y la hermosa Elena, al saber la situación de Sergio, regresa y decide consumar su amor.

Esta obra de Poncela se sitúa entonces, dentro del teatro con tintes «moralinos». Pues a pesar de que los juegos amatorios se presentan en toda su plenitud, al final las cosas se colocan en su sitio. Triunfa el amor perfecto, el ideal, el incorpóreo. Y, por ello, no dudamos en colocar esta lectura del Don Juan como una más de las versiones tan gastadas de la leyenda.

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