Poder cognoscitivo de la risa
Cómo olvidar que en aquella enorme novela de Umberto Eco, se discute sobre el papel importante del humor, de la risa. Y es que el vehículo de lo cómico se asemeja a la producción artística en la medida en que prescinde del aparato conceptual o racional para mostrar una realidad; casi diríamos para cuestionarla. Veamos como lo dice Eco:
Aquí Aristóteles ve la disposición a la risa como una fuerza buena, que puede tener incluso un valor cognoscitivo, cuando, a través de enigmas ingeniosos y metáforas sorprendentes, y aunque nos muestre las cosas distintas de lo que son, como si mintiese, de hecho nos obliga a mirarlas mejor, y nos hace decir: Pues mira, las cosas eran así y yo no me había dado cuenta. La verdad alcanzada a través de la representación de los hombres, y del mundo, peor de lo que son o de lo que creemos que son, en todo caso, peor de como nos los muestran los poemas heroicos, las tragedias y las vidas de los santos. ¿Estoy en lo cierto?
Esta es una disertación que el protagonista, Guillermo de Baskerville sostiene con Jorge El Venerable, la noche del séptimo día en la Abadía, un poco antes del terrible incendio provocado por el ciego.
Guillermo de Baskerville y los libros
─ ¿Cómo? ¿Para saber qué dice un libro debéis leer otros?
─ A veces es así. Los libros suelen hablar de otros libros. A menudo un libro inofensivo es como una simiente, que al florecer dará un libro peligroso, o viceversa, es el fruto dulce de una raíz amarga. ¿Acaso leyendo a Alberto no puedes saber lo que habría podido decir Tomás? ¿O leyendo a Tomás lo que podría haber dicho Averroes?
─ Es cierto ─dije admirado.
Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí.
Umberto Eco, El nombre de la Rosa
El amor prohibido de Adso de Melk
Me pregunto ahora si lo que sentía era el amor de amistad, en el que lo similar ama a lo similar y sólo quiere el bien del otro, o el amor de concupiscencia, en el que se quiere el bien propio, y en el que quien carece sólo quiere aquello que puede completarlo. Y creo que amor de concupiscencia había sido el de la noche, en el que quería de la muchacha algo que nunca había tenido, mientras que aquella mañana, en cambio, nada quería de la muchacha, y sólo quería su bien, y deseaba que se viese libre de la cruel necesidad que la obligaba a entregarse por un poco de comida, y que fuese feliz, y tampoco quería pedirle nada en lo sucesivo, sino poder seguir pensando en ella y poder seguir viéndola en las ovejas, en los bueyes, en los árboles, en el sereno resplandor que rodeaba de júbilo el recinto de la abadía.
Umberto Eco, El nombre de la Rosa
El imperio de la Media Luna
Un siglo después de la muerte de Mahoma, el imperio del la Media Luna se extendía sobre tantas tierras que una caravana hubiera necesitado cinco meses para atravesarlas, desde el océano Atlántico hasta los confines de la India y China. Los sucesores del Profeta gobernaba a más de 150 millones de hombres. En Siria y en Egipto muchos cristianos juzgaron preferible pasarse al Islam, pues de este modo también participaban en el botín. Las ventajas materiales concedidas a los convertidos explican los increíbles éxitos del islamismo y el extraordinario atractivo que ejercía.
Carl Grimberg [1967], Historia Universal 4. La edad media, México: Ediciones Daimon.