
El erotismo y la literatura
Siempre he creído que el erotismo es una arte. Por su naturaleza imaginativa, creativa, subliminal. Y el hecho de que su aparición esté sujeta a una de las actividades más carnales del humano: el acto físico del amor, hace del erotismo un fenómeno cósmico. Proclive a la pincelada del artista.
Conviene, sin embargo, guardar distancia (un línea tenue y bien difícil de marcar) ante las expresiones triviales. Creo que, Vargas Llosa lo dice bien:
La frontera entre erotismo y pornografía sólo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía.
Y es que es precisamente su cualidad artística, estética, la que hace del acto amatorio un fenómeno de orden superior, un aparecer de la lejanía, una metáfora corporal. Cito, otra vez, a Vargas Llosa:
Si la materia importa más que la expresión, un texto podrá ser clínico o sociológico, pero no tendrá valor literario. El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de todo lo que lo rodea gracias a la cultura, gracias a la forma estética. Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística.
Esa teatralidad, es arranque imaginativo ese añadido es precisamente la creación. Creación de algo nuevo, de algo que no está en la forma corporal, pero sí en la idea: por ello la gran literatura como el arte consagrado al erotismo, tiene casi siempre un tonalidad que lo hace superior.
Textos de Mario Vargas Llosa, sacados de su ensayo: «Sin erotismo no hay literatura», publicado en Babelia, 4 de agosto de 2001.
El despertar de la niña en Valle Inclán
Con buen ojo casi clínico nos presenta Ramon Valle Inclán la pobreza de espíritu del modo de vida beato en las mujeres. Y es que no es fácil, para una mujer (aún niña) de principios de siglo XX, optar por el otro, el de la concupiscencia, el de aventura, el de la pérdida momentánea de control. El peso social es bien duro en los inicios del siglo. No obstante, al autor de «Luces de bohemia», dicta sentencia, manifiesta sin tapujos su preferencia por la transgresora. Veamos:
Aquella niña era cruel como todas las santas que tremolan en la tersa diestra la palma virginal. Confieso que yo tengo predilección por aquellas otras que primero han sido grandes pecadoras. Desgraciadamente María Rosario nunca quiso comprender que era su destino mucho menos bello que el de María de Magdala. La pobre no sabía que lo mejor de la santidad son las tentaciones.
Así es, en esta su «Sonata de primavera», el lucido español no pretende tanto glorificar el mundo del deleite carnal como evidenciar la parquedad de la moral estricta impuesta por el credo católico. La crueldad de la niña a la que se refiere, su protagonista, es evidentemente un efecto del rigor impuesto por la moral ruda y dura. Gran observación de orden psicológico que no precisa de las descripciones escandalosas y vulgares como las del Marqués de Sade u otros «libertinos». El talento del español prescinde de la grosera y opulenta narración para dar más a profundidad con el «asunto» a tratar.
Poder cognoscitivo de la risa
Cómo olvidar que en aquella enorme novela de Umberto Eco, se discute sobre el papel importante del humor, de la risa. Y es que el vehículo de lo cómico se asemeja a la producción artística en la medida en que prescinde del aparato conceptual o racional para mostrar una realidad; casi diríamos para cuestionarla. Veamos como lo dice Eco:
Aquí Aristóteles ve la disposición a la risa como una fuerza buena, que puede tener incluso un valor cognoscitivo, cuando, a través de enigmas ingeniosos y metáforas sorprendentes, y aunque nos muestre las cosas distintas de lo que son, como si mintiese, de hecho nos obliga a mirarlas mejor, y nos hace decir: Pues mira, las cosas eran así y yo no me había dado cuenta. La verdad alcanzada a través de la representación de los hombres, y del mundo, peor de lo que son o de lo que creemos que son, en todo caso, peor de como nos los muestran los poemas heroicos, las tragedias y las vidas de los santos. ¿Estoy en lo cierto?
Esta es una disertación que el protagonista, Guillermo de Baskerville sostiene con Jorge El Venerable, la noche del séptimo día en la Abadía, un poco antes del terrible incendio provocado por el ciego.
Ortega sobre el hombre íntegro
El querer una cosa que al mismo tiempo nos es dictada por la razón duplica y certifica su carácter verdadero. Es por ello digno de pocos espíritus conjugar ambas cualidades del acto verdadero. Nos dice José Ortega y Gasset, en una conferencia que dictó el 29 de mayo de 1915, luego publicada por el ABC el 30 del mismo:
Por tal razón yo veo la característica del acto moral en la plenitud con que es querido. Cuando todo nuestro ser quiere algo ─sin reservas, sin temores, integralmente─ cumplimos con nuestro deber, porque es el mayor deber de la fidelidad con nosotros mismos.
Pero no es un individualismo simple y autocomplaciente, no. Es un ejercicio de introspección que parte de los hechos ante los cuales nos enfrentamos, parte del hecho social impuesto. Y de ahí la certeza del actuar con integridad, fuera de apasionamientos inútiles o pasajeros caprichos vanidosos. De la forma en cómo se admita la verdad y se la tome en serio, dependerá la creación de una sociedad más justa:
Una sociedad donde cada individuo tuviera la potencia de ser fiel a sí, sería una sociedad perfecta. ¿Qué significa lo que llamamos hombre íntegro sino un hombre que es enteramente él y no un zurcido de compromisos, de caprichos, de concesiones a los demás, a la tradición, al prejuicio?
El verdadero hombre íntegro no solo desea el bien, sino que su idea del bien coincide con el deber y la verdad. Y no se trata de una mera especulación sino de una posición ante la vida y el mundo.

Noción del cuerpo
De tan fuerte y poderosa que es la reflexión hecha por Cernuda, conviene que la reproduzcamos completa:
El cuerpo no quiere deshacerse sin antes haberse consumado. Y ¿cómo se consuma el cuerpo? La inteligencia no sabe decírselo, aunque sea ella quien más claramente conciba esa ambición del cuerpo, que éste sólo vislumbra. El cuerpo no sabe sino que está aislado, terriblemente aislado, mientras que frente a él, unida, entera, la creación está llamándole.
Sus formas, percibidas por el cuerpo a través de los sentidos, con la atracción honda que suscitan (colores, sonidos, olores), despiertan en el cuerpo un instinto de que también él es parte de ese admirable mundo sensual, pero que está desunido y fuera de él, no en él. ¡Entrar en ese mundo, del cual es parte aislada, fundirse con él!
Mas para fundirse con el mundo no tiene el cuerpo los medios del espíritu, que puede poseerlo todo sin poseerlo o como si no lo poseyera. El cuerpo únicamente puede poseer las cosas, y eso sólo un momento, por el contacto de ellas. Así, al dejar éstas su huella sobre él, conoce el cuerpo las cosas.
No se lo reprochemos: el cuerpo, siendo lo que es, tiene que hacer lo que hace, tiene que querer lo que quiere. ¿Vencerlo? ¿Dominarlo? Cuán pronto se dice eso. El cuerpo advierte que sólo somos él por un tiempo, y que también él tiene que realizarse a su manera, para lo cual necesita nuestra ayuda. Pobre cuerpo, inocente animal tan calumniado; tratar de bestiales sus impulsos, cuando la bestialidad es cosa del espíritu.
Aquella tierra estaba frente a ti, y tú inerme frente a ella. Su atracción era precisamente del orden necesario a tu naturaleza: todo en ella se conformaba a tu deseo. Un instinto de fusión con ella, de absorción en ella, urgían tu ser, tanto más cuanto que la precaria vislumbre sólo te era concedida por un momento. Y ¿cómo subsistir y hacer subsistir al cuerpo con memorias inmateriales?
En un abrazo sentiste tu ser fundirse con aquella tierra; a través de un terso cuerpo oscuro, oscuro como penumbra, terso como fruto, alcanzaste la unión con aquella tierra que lo había creado. Y podrás olvidarlo todo, todo menos ese contacto de la mano sobre un cuerpo, memoria donde parece latir, secreto y profundo, el pulso mismo de la vida.
Es un texto terriblemente honesto, titulado «La posesión» y que se puede encontrar publicado por la UNAM, en su colección «Material de lectura», con el título: «Variaciones sobre el tema mexicano».
Una visión cuasimetafísica del cuerpo humano, tema recurrente en la creacíón de Cernuda. Evoca la admiración/temor ante esa realidad que no es solo física, menos aún objetual, sino espiritual.