
El nacimiento del feminismo
… el 7 de septiembre un grupo de cien mujeres, posiblemente más, se reunió en el paseo marítimo en el exterior de donde se celebraba el concurso e impuso la corona a una oveja. Cuando la prensa se precipitó hacia ellas ─no suele haber muchas cosas que contar en un concurso de Miss América─, las manifestantes insistieron en hablar tan sólo con mujeres periodistas, que en 1968 no abundaban precisamente.
Una vez atraída la atención de los medios, el grupo, autodenominado Mujeres Radicales de Nueva York, empezó a arrojar objetos en un cubo con una etiqueta en que se leía CUBO DE BASURA DE LA LIBERTAD; se trataba de un lenguaje, y nopor casualidad, utilizado por el movimiento pro derechos civiles. Así pues, al cubo de la libertad fueron a parar fajas, sostenes, pestañas postizas, rulos de pelo y otros «productos de belleza». Unas veinte radicales consiguieron interrumpir la competición que tenía lugar dentro del centro de congresos durante unos veinte minutos profiriendo el agudo grito de aclamación de la mujer árabe, aprendido gracias a la película La batalla de Argel, y exclamando «¡Libertad para las mujeres!», al tiempo que agitaban una pancarta en que se leía LIBERACIÓN FEMENINA.
Mark Kurlansky, «Una sonrisa forzada y horrenda», en 1968 El año que conmocionó al mundo
El dueño de sí mismo
Pienso que no debería de llamarse culto sino al hombre que ha tomado posesión de sí mismo. Cultura es fidelidad consigo mismo, una actitud de religioso respeto hacia nuestra propia y personal vida. Decía Goethe que no podía estimar a un hombre que no llevase un diario de sus jornadas. El detalle del diario puede abandonarse; pero reservemos la aguda verdad diamantina que envuelve esa frase. Un ser que desprecia su propia realidad no puede verdaderamente estimar nada ni haber en él nada de verdad. Sus ideas, sus actos, sus palabras tendrán sólo una calidad ilusoria: no serán nunca lo que aparentan ser. No por su contenido son reales mi fe y mi duda, sino como trozos de mi vida personal. Un hombre que no cree en sí mismo no puede creer en Dios.
José Ortega y Gasset, «Azorín o primores de lo vulgar», 1916
Los años dorados y la educación juvenil
Los Estados Unidos fueron el primer país en la historia moderna en que cada generación gozaba de mayor educación que sus padres, consideración elemental que alcanza a explicar en gran parte esa sociedad centrada en los niños que desconcertaba a los observadores extranjeros. El proceso familiar de ensanchar tanto la base cuanto la cúspide de la pirámide educacional se aceleró grandemente en los años que siguieron a la segunda Guerra Mundial. La prosperidad, la Declaración de Derechos, las urgentes demandas de mano de obra experta: todo eso se combinó para dar un poderoso ímpetu a la educación; para 1960, el college ocupaba casi la misma posición en la empresa educativa que la high school de 1920, y el junior college en 1940. Entre 1920 y 1960, el número total de estudiantes en las instituciones de educación superior creció, de menos de 600 mil a 3.6 millones, acontecimiento crítico para el aumento de clase media.
Samuel Eliot Morrison, Henry Steele Commanger y William E. Leuchtenburg, «Breve historia de los Estados Unidos»
La naturaleza del socialismo
El socialismo se presenta, en la relación del hombre con la naturaleza y en las relaciones de los hombres entre sí, con un valor y con una superioridad objetiva, real, que tiene por fundamento la abolición del antagonismo entre la apropiación privada y la producción social y de la división de clases que deriva de él. Pero, en la incorporación de los hombres a la lucha por el socialismo es decisivo el convencimiento de esa superioridad, de ese valor, no como algo simplemente deseado o soñado sino desprendido de condiciones reales que lo hacen posible.
Adolfo Sánchez Vázquez, «Del socialismo científico al socialismo utópico», 1970
Aprovéchese la violencia
Nos dice el maestro Ortega en su ensayo «Renan», publicado por entregas en el periódico El Imparcial, entre octubre de 1908 y marzo de 1909:
La misma lucha nos sirve: cuando dos pelean cuerpo a cuerpo, llega un momento en que se abrazan, y el puñetazo es después de todo, una manera de ponernos en contacto con el prójimo.
Una manera poco convencional de mirar la violencia. Ortega y Gasset, profundo como siempre, nos involucra en el acto de agredir; es finalmente un acto social, simbólico con todas sus consecuencias; aquí, de hecho, con un papel catárquico, de transformación histórica. Bien podría pensarse el fenómeno de las conquistas en este marco interpretativo:
Las guerras, los instintos de rapiña y negación han hecho rodar sobre el haz del mundo las torpes multitudes militares; pero en la herrumbre de las armas llevaba cada raza conquistadora el bacilo de su cultura, y al herir sus lanzas el corazón de un pueblo más débil, la inficionaba con la fecunda enfermedad de sus dioses y el temblor peculiar de sus poetas.
Dejemos, pues, las reducciones, el pensamiento maniqueo propio de la sensibilidad fanfarrona actual. Los tiempos anteriores bien supieron aprovechar la violencia y no fue poco fecundo ese uso:
Pax hominibus! La barbarie nos rodea: ¿qué importa?; sabremos aprovecharla como un salto de agua; para esto están sobre la tierra los hombres de buena voluntad a modo de fermento pacífico que va descomponiendo los enormes yacimientos de mala voluntad.
Los hombres de buena voluntad, dice. Y es notable que el mal aparece justo cuando se precisa del bien. Recordemos: este ensayo por entregas trata de lo verosímil en Renan, y por ello se acentúa el uso de ejemplos polémicos.