Nuestro Don Quijote: el episodio de la Cueva de Montesinos
En la cueva de Montesinos nuestro caballero andante visita, en su «sueño» el otro mundo, el mundo encantado de los libros de caballerías. Ese que tanto y tanto lleva en su mente y que esta cifrada en otro tiempo, el tiempo del encatamiento, de la magia:
«⏤¿Cuánto ha que bajé? -preguntó don Quijote.
⏤Poco más de una hora -replicó Sancho.
⏤Eso no puede ser -replicó don Quijote-, porque allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mí cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.» (II, 23)
«Allá», dice el caballero, y dice bien. Pues es un lugar muy otro el de su «sueño» de tres días, un tiempo en que ocurre la visión de sus más profundos ideales, la explicación de los lugares y las hazañas que tanto persigue, los personajes que tanto conoce y admira. Un otro lugar donde Dulcinea le pide dinero, donde no es capaz de vengar con sangre la afrenta a la veracidad de las historas, le justifica así a Sancho:
«No, Sancho amigo, no me estaba a mi bien hacer eso, porque estamos todos obligados a tener respeto a los ancianos, aunque no sean caballeros, y principalmente a los que lo son y están encantados.». (II, 23)
Podemos decir que don Quijote ha sido beneficiado con el deleite de vivir su «sueño», de palparlo, olerlo, contemplarlo en su mismidad. Y nada de cómico hay en la fe del caballero que todo lo toma en serio, aunque el primo y Sancho le tilden de loco. Pero un loco genuino, que cree en la nobleza de su misión, por ello le revira a su escudero:
«como no estás experimentado en las cosas mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa.» (II, 23)
Porque no se puede replicar, menos disputar lo que producto de la fe suprema, de la persecución honesta del ideal. La prueba no está sino en la creencia misma, en la vivencia del creyente.
Ocurre que el Caballero de la triste figura opera en el ideal, y los eventos que sufrió en su experiencia dentro de la cueva no admiten ni explicación ni duda. Son de otra naturaleza. Véase aquí la gran aportación quijotesca al mundo desacralizado de la modernidad.
Grande e inolvidable evento este de la cueva. Profunda su simbolización en la que Cervantes se permite la genealogía de los libros de caballería con lujo de detalles; pues resulta que Don Quijote ve pasar delante de él a los personajes que más fascinan su pasón caballeresca que hasta el lujo se da de corregir la narración:
«Cepos quedos -dije yo entonces-, señor Montesinos: cuente vuesa merced su historia como debe, que ya sabe que toda comparación es odiosa, y, así, no hay para qué comparar a nadie con nadie.» (II, 23)
¡Qué gloria la de Don Quijote cuando logra que su Dulcinea no sea comparada en belleza con la señora Belerma! Qué manera de aferrarse al deber, de ser fidedigno en los detalles.
El «Don Juan» de Gregorio Marañón
Como ensayista Marañón se ocupó de los temas centrales de la cultura española, de las manifestaciones más cotidianas; pero nada baladí. Por el contrario, los más triviales temas son diseccionados por la pluma de Marañón de una manera lúcida y sensata.
Aquí nos ocupa el tema del Don Juan. Es un tema que preocupó a varios pensadores de este momento histórico. Incluido el gran Ortega en sus ensayos «Sobre la elección en el amor». Marañón, decíamos, le dedicó varios textos, nos interesa el que titula: «Gloria y miseria del Conde de Villamediana», en donde el autor trata de volver sobre el tema, en consideración de que en otro espacio dijo «algunas cosas duras», que la gente interpretó mal. El autor cree necesario replantear algunos tópicos para evitar equívocos. Pues no cabe duda que la figura de Don Juan, ha sido «manantial de tantas creencias literarias», y por ello urge su análisis serio.
Lo primero es ubicar su relación con el tema de hoy: pues aunque pareciera que los tiempos que corren no admiten la idea de un «burlador» al estilo donjuanesco; dado que las costumbres se han relajado, se han dispersado; dado que los valores en relación con los compromisos sentimentales han casi desaparecido. Pero, dice Marañón: «el juego teatral, aventurero y romántico que supone la seducción de la mujer» aún sigue vivo; aún está presente en estos tiempos en los que el teléfono y el automóvil acortan las distancias y disminuyen las relaciones profundas.
Importa, en segundo lugar, vincular el fenómeno al ámbito de lo biológico: para nuestro autor, el ánimo que guía al conquistador es propio de la juventud, pues en esa etapa la vida pinta para ser turbulenta, arriesgada, sin punto fijo. Cierto que habrá excepciones, eso que llama el donjuanismo tardío, «hombres cuyas buenas fortunas no comienzan hasta la plena madurez», pero son expresiones de otro tipo. Normalmente cobran sentido por otras circunstancias.
Y es aquí donde nuestro autor desvía su atención hacia el lado cultural y literario del fenómeno. Más aún, hacia la parte de mito que lo rodea. En primer lugar, la nacionalidad del fenómeno. Por más que se diga y repita hasta al cansancio que el Don Juan no puede ser sino español, Marañón se ocupa en demostrar que esto no es así. El aparente origen español del donjuanismo débese, según nuestro autor, a que el Don Juan es un rebelde, y
«su rebeldía era más heroica, más llamativa que en parte alguna en España; porque, entre nosotros, los poderes contra los que se subleva ―Dios y el Estado― eran también más fuertes que en parte alguna».[93]
El físico del Don Juan, se ha creído, es de orden típicamente masculino. Nada de eso, dice Marañón; más bien. debe considerarse lo contrario. El Don Juan posee rasgos faciales de orden femenino, pues de otra manera no podría ser un conquistador empedernido; solo un espíritu incapacitado para el amor, puede mostrarse dispuesto al cambio constante, a la fluctuación continua de su pasión amorosa; dos cosas entonces, un Don Juan varía en su apreciación de la mujer, al grado de no poder concebir el verdadero milagro del amor maduro y pleno y, por ello, es menester un físico más plásticamente bello, éste es el argumento de Marañón:
«La morfología que corresponde a los hombres dotados de una capacidad amorosa extraordinaria es, por lo común, un tanto antiestética: talla reducida, piernas cortas, rasgos fisonómicos intensamente acusados, piel ruda y muy provista de barba y vello. Nada, por lo visto, parecido al Don Juan esbelto, elegante, de piel fina, cabello ondulado y rostro lampiño.» [74]
Y más aún, nuestro autor, en su empeño por derrumbar los mitos, definirá al Don Juan como un ser que no disfruta de la experiencia mística que es el amor. Y su leyenda no contribuye sino a perpetuar los mitos de una clase de sentimentalismo simplón que esta representado en el Conde de Villamediana por primera vez en la historia: «En último término, si me apurasen a decir quién fue en vida el primer Don Juan yo no dudaría en responde que Villamediana» De ahí el título de su breve ensayo.
Las citas son tomadas del texto:
Gregorio Marañón, Don Juan. Ensayos sobre el origen de su leyenda, Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1942, pp. 65-110

Radiografía del comerciante
Además, hay que aprender a dominarse, para soportar todas las insolencias de los burgueses menores.
Por lo general, los comerciantes son necios astutos, individuos de baja extracción, y que se han enriquecido a fuerza de sacrificios penosísimos, de hurtos que no puede penar la ley, de adulteraciones que nadie descubre o todos toleran.
El hábito de la mentira arraiga en esta canalla acostumbrada al manejo de grandes o pequeños capitales y ennoblecidos por los créditos que les conceden patente de honorabilidad y tienen por eso espíritu de militares, es decir, habituados a tutear despectivamente a su inferiores, así lo hacen con los extraños que tienen necesidad de aproximarse a ellos para poder medrar.
Roberto Arlt, «El juguete rabioso»

Arte erótica
La frontera entre erotismo y pornografía sólo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía. Si la materia importa más que la expresión, un texto podrá ser clínico o sociológico, pero no tendrá valor literario. El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de todo lo que lo rodea gracias a la cultura, gracias a la forma estética. Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística.
Mario Vargas Llosa, «Sin erotismo no hay literatura»

La poesía
La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aisla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente. Expresión histórica de razas, naciones, clases. Niega a la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Experiencia, sentimiento, emoción, intuición, pensamiento no dirigido. Hija del azar; fruto del cálculo. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo. Obediencia a las reglas; creación de otras. Imitación de los antiguos, copia de lo real, copia de una copia de la idea. Locura, éxtasis, logos. Regreso a la infancia, coito, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. Juego, trabajo, actividad ascética. Confesión. Experiencia innata. Visión, música, símbolo. Analogía: el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal. Enseñanza, moral, ejemplo, revelación, danza, diálogo, monólogo. Voz del pueblo, lengua de los escogidos, palabra del solitario. Pura e impura, sagrada y maldita, popular y minoritaria, colectiva y personal, desnuda y vestida, hablada, pintada, escrita, ostenta todos los rostros pero hay quien afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío, ¡prueba hermosa de la superflua grandeza de toda obra humana!
Octavio Paz, «El arco y la lira»