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Entradas de la categoría ‘Arte y literatura’

5
Ene

El erotismo y la literatura

Siempre he creído que el erotismo es una arte. Por su naturaleza imaginativa, creativa, subliminal. Y el hecho de que su aparición esté sujeta a una de las actividades más carnales del humano: el acto físico del amor, hace del erotismo un fenómeno cósmico. Proclive a la pincelada del artista.

Conviene, sin embargo, guardar distancia (un línea tenue y bien difícil de marcar) ante las expresiones triviales. Creo que, Vargas Llosa lo dice bien:

La frontera entre erotismo y pornografía sólo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía.

Y es que es precisamente su cualidad artística, estética, la que hace del acto amatorio un fenómeno de orden superior, un aparecer de la lejanía, una metáfora corporal. Cito, otra vez, a Vargas Llosa:

Si la materia importa más que la expresión, un texto podrá ser clínico o sociológico, pero no tendrá valor literario. El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de todo lo que lo rodea gracias a la cultura, gracias a la forma estética. Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística.

Esa teatralidad, es arranque imaginativo ese añadido es precisamente la creación. Creación de algo nuevo, de algo que no está en la forma corporal, pero sí en la idea: por ello la gran literatura como el arte consagrado al erotismo, tiene casi siempre un tonalidad que lo hace superior.

Textos de Mario Vargas Llosa, sacados de su ensayo:  «Sin erotismo no hay literatura», publicado en Babelia, 4 de agosto de 2001.

13
Dic

El despertar de la niña en Valle Inclán

Con buen ojo casi clínico nos presenta Ramon Valle Inclán la pobreza de espíritu del modo de vida beato en las mujeres. Y es que no es fácil, para una mujer (aún niña) de principios de siglo XX, optar por el otro, el de la concupiscencia, el de aventura, el de la pérdida momentánea de control. El peso social es bien duro en los inicios del siglo. No obstante, al autor de «Luces de bohemia», dicta sentencia, manifiesta sin tapujos su preferencia por la transgresora. Veamos:

Aquella niña era cruel como todas las santas que tremolan en la tersa diestra la palma virginal. Confieso que yo tengo predilección por aquellas otras que primero han sido grandes pecadoras. Desgraciadamente María Rosario nunca quiso comprender que era su destino mucho menos bello que el de María de Magdala. La pobre no sabía que lo mejor de la santidad son las tentaciones.

Así es, en esta su «Sonata de primavera», el lucido español no pretende tanto glorificar el mundo del deleite carnal como evidenciar la parquedad de la moral estricta impuesta por el credo católico. La crueldad de la niña a la que se refiere, su protagonista, es evidentemente un efecto del rigor impuesto por la moral ruda y dura. Gran observación de orden psicológico que no precisa de las descripciones escandalosas y vulgares como las del Marqués de Sade u otros «libertinos». El talento del español prescinde de la grosera y opulenta narración para dar más a profundidad con el «asunto» a tratar.

12
Dic

Poder cognoscitivo de la risa

Cómo olvidar que en aquella enorme novela de Umberto Eco, se discute sobre el papel importante del humor, de la risa. Y es que el vehículo de lo cómico se asemeja a la producción artística en la medida en que prescinde del aparato conceptual o racional para mostrar una realidad; casi diríamos para cuestionarla. Veamos como lo dice Eco:

Aquí Aristóteles ve la disposición a la risa como una fuerza buena, que puede tener incluso un valor cognoscitivo, cuando, a través de enigmas ingeniosos y metáforas sorprendentes, y aunque nos muestre las cosas distintas de lo que son, como si mintiese, de hecho nos obliga a mirarlas mejor, y nos hace decir: Pues mira, las cosas eran así y yo no me había dado cuenta. La verdad alcanzada a través de la representación de los hombres, y del mundo, peor de lo que son o de lo que creemos que son, en todo caso, peor de como nos los muestran los poemas heroicos, las tragedias y las vidas de los santos. ¿Estoy en lo cierto?

Esta es una disertación que el protagonista, Guillermo de Baskerville sostiene con Jorge El Venerable, la noche del séptimo día en la Abadía, un poco antes del terrible incendio provocado por el ciego.

28
Nov

Noción del cuerpo

De tan fuerte y poderosa que es la reflexión hecha por Cernuda, conviene que la reproduzcamos completa:

El cuerpo no quiere deshacerse sin antes haberse consumado. Y ¿cómo se consuma el cuerpo? La inteligencia no sabe decírselo, aunque sea ella quien más claramente conciba esa ambición del cuerpo, que éste sólo vislumbra. El cuerpo no sabe sino que está aislado, terriblemente aislado, mientras que frente a él, unida, entera, la creación está llamándole.

Sus formas, percibidas por el cuerpo a través de los sentidos, con la atracción honda que suscitan (colores, sonidos, olores), despiertan en el cuerpo un instinto de que también él es parte de ese admirable mundo sensual, pero que está desunido y fuera de él, no en él. ¡Entrar en ese mundo, del cual es parte aislada, fundirse con él!

Mas para fundirse con el mundo no tiene el cuerpo los medios del espíritu, que puede poseerlo todo sin poseerlo o como si no lo poseyera. El cuerpo únicamente puede poseer las cosas, y eso sólo un momento, por el contacto de ellas. Así, al dejar éstas su huella sobre él, conoce el cuerpo las cosas.

No se lo reprochemos: el cuerpo, siendo lo que es, tiene que hacer lo que hace, tiene que querer lo que quiere. ¿Vencerlo? ¿Dominarlo? Cuán pronto se dice eso. El cuerpo advierte que sólo somos él por un tiempo, y que también él tiene que realizarse a su manera, para lo cual necesita nuestra ayuda. Pobre cuerpo, inocente animal tan calumniado; tratar de bestiales sus impulsos, cuando la bestialidad es cosa del espíritu.

Aquella tierra estaba frente a ti, y tú inerme frente a ella. Su atracción era precisamente del orden necesario a tu naturaleza: todo en ella se conformaba a tu deseo. Un instinto de fusión con ella, de absorción en ella, urgían tu ser, tanto más cuanto que la precaria vislumbre sólo te era concedida por un momento. Y ¿cómo subsistir y hacer subsistir al cuerpo con memorias inmateriales?

En un abrazo sentiste tu ser fundirse con aquella tierra; a través de un terso cuerpo oscuro, oscuro como penumbra, terso como fruto, alcanzaste la unión con aquella tierra que lo había creado. Y podrás olvidarlo todo, todo menos ese contacto de la mano sobre un cuerpo, memoria donde parece latir, secreto y profundo, el pulso mismo de la vida.

Es un texto terriblemente honesto, titulado «La posesión» y  que se puede encontrar publicado por la UNAM, en su colección «Material de lectura», con el título: «Variaciones sobre el tema mexicano».

Una visión cuasimetafísica del cuerpo humano, tema recurrente en la creacíón de Cernuda. Evoca la admiración/temor ante esa realidad que no es solo física, menos aún objetual, sino espiritual.

12
Oct

Nuestro Don Quijote: el episodio de la Cueva de Montesinos

En la cueva de Montesinos nuestro caballero andante visita, en su «sueño» el otro mundo, el mundo encantado de los libros de caballerías. Ese que tanto y tanto lleva en su mente y que esta cifrada en otro tiempo, el tiempo del encatamiento, de la magia:

«⏤¿Cuánto ha que bajé? -preguntó don Quijote.

⏤Poco más de una hora -replicó Sancho.

⏤Eso no puede ser -replicó don Quijote-, porque allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mí cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.» (II, 23)

«Allá», dice el caballero, y dice bien. Pues es un lugar muy otro el de su «sueño» de tres días, un tiempo en que ocurre la visión de sus más profundos ideales, la explicación de los lugares y las hazañas que tanto persigue, los personajes que tanto conoce y admira. Un otro lugar donde Dulcinea le pide dinero, donde no es capaz de vengar con sangre la afrenta a la veracidad de las historas, le justifica así a Sancho:

«No, Sancho amigo, no me estaba a mi bien hacer eso, porque estamos todos obligados a tener respeto a los ancianos, aunque no sean caballeros, y principalmente a los que lo son y están encantados.».  (II, 23)

Podemos decir que don Quijote ha sido beneficiado con el deleite de vivir su  «sueño», de palparlo, olerlo, contemplarlo en su mismidad. Y nada de cómico hay en la fe del caballero que todo lo toma en serio, aunque el primo y Sancho le tilden de loco. Pero un loco genuino, que cree en la nobleza de su misión, por ello le revira a su escudero:

«como no estás experimentado en las cosas mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa.» (II, 23)

Porque no se puede replicar, menos disputar lo que producto de la fe suprema, de la persecución honesta del ideal. La prueba no está sino en la creencia misma, en la vivencia del creyente.

Ocurre que el Caballero de la triste figura opera en el ideal, y los eventos que sufrió en su experiencia dentro de la cueva no admiten ni explicación ni duda. Son de otra naturaleza. Véase aquí la gran aportación quijotesca al mundo desacralizado de la modernidad.

Grande e inolvidable evento este de la cueva. Profunda su simbolización en la que Cervantes se permite la genealogía de los libros de caballería con lujo de detalles; pues resulta que Don Quijote ve pasar delante de él a los personajes que más fascinan su pasón caballeresca que hasta el lujo se da de corregir la narración:

«Cepos quedos -dije yo entonces-, señor Montesinos: cuente vuesa merced su historia como debe, que ya sabe que toda comparación es odiosa, y, así, no hay para qué comparar a nadie con nadie.» (II, 23)

¡Qué gloria la de Don Quijote cuando logra que su Dulcinea no sea comparada en belleza con la señora Belerma! Qué manera de aferrarse al deber, de ser fidedigno en los detalles.

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