El despertar de la niña en Valle Inclán
Con buen ojo casi clínico nos presenta Ramon Valle Inclán la pobreza de espíritu del modo de vida beato en las mujeres. Y es que no es fácil, para una mujer (aún niña) de principios de siglo XX, optar por el otro, el de la concupiscencia, el de aventura, el de la pérdida momentánea de control. El peso social es bien duro en los inicios del siglo. No obstante, al autor de «Luces de bohemia», dicta sentencia, manifiesta sin tapujos su preferencia por la transgresora. Veamos:
Aquella niña era cruel como todas las santas que tremolan en la tersa diestra la palma virginal. Confieso que yo tengo predilección por aquellas otras que primero han sido grandes pecadoras. Desgraciadamente María Rosario nunca quiso comprender que era su destino mucho menos bello que el de María de Magdala. La pobre no sabía que lo mejor de la santidad son las tentaciones.
Así es, en esta su «Sonata de primavera», el lucido español no pretende tanto glorificar el mundo del deleite carnal como evidenciar la parquedad de la moral estricta impuesta por el credo católico. La crueldad de la niña a la que se refiere, su protagonista, es evidentemente un efecto del rigor impuesto por la moral ruda y dura. Gran observación de orden psicológico que no precisa de las descripciones escandalosas y vulgares como las del Marqués de Sade u otros «libertinos». El talento del español prescinde de la grosera y opulenta narración para dar más a profundidad con el «asunto» a tratar.