Los placeres corporales de Luis Cernuda
Dice Luis Cernuda que la causa secreta de su poesía era «un estado de receptividad, de acuidad espiritual que, en su intensidad desusada, llegaba, en ocasiones, a sacudirme con un escalofrío y hasta provocar lágrimas, las cuales, innecesario decirlo, no se debían a una efusión de sentimientos.» Y hay que creerle; sobre todo en lo que refiere a los potentes versos que componen Los placeres prohibidos de 1931. Pues estamos no ante la sentimentalidad cursi y socarrona; sino ante el hombre postrado ante el cosmos. Estamos ante el visionario que no puede explicarse a sí mismo lo que ocurre, y, por ello, escribe poemas.
No es el hecho de buscar las respuestas fundamentales de la existencia, sino de evocarlas consciente de los riesgos:
Extender entonces la mano
es hallar una montaña que prohíbe,
un bosque impenetrable que niega,
un mar que traga adolescentes rebeldes.
No hay, pues, resignación. Pero sí rebeldía. Sí, también, anhelo de cruzar las fronteras que la razón humana ha impuesto:
Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia,
aunque siempre nos falte alguno;
recoger la vida vacía
y caminar esperando que lentamente se llene,
si es posible otra vez como antes
de sueños desconocidos y deseos invisibles.
Mira el poeta, con nostalgia, un decaimiento no provocado, aparentemente, por nada. Por el solo hecho de estar aquí para sentirlo; decaimiento de las cosas, incluso del amor:
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando
se aman…
Y pronto:
No decía palabras
acercaba tan solo un cuerpo interrogante.
Aún así construye grandes episodios de poderosa sensualidad, y firme creencia en la plenitud del ser:
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso
en alguien
cuyo nombre no puedo oír si escalofrío
Y, magistralmente, usa (contempla) la materialidad del cuerpo como espíritu. El cuerpo como vehículo de expresión intensa. Como fuerza cósmica que somete, pero libera:
Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un
hombre.
El cuerpo no es lo biológico; es lo cósmico. El territorio de lo eterno:
Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe con todas las cosas inocentes.
Poemas tomados de
Luis Cernuda, La realidad y el deseo, edición, introducción y notas de Miguel J. Flys, Madrid: Editorial Castalia