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2 de septiembre de 2018

La poesía de Antonio Machado: Soledades (1899-1907)

por El Isra

 

 

Don José Ortega y Gasset dice que la poesía de Antonio Machado es «casta, densa y simbólica», y no le falta razón a nuestro gran filósofo. Pues al iniciar la lectura de tales versos, se puede apreciar que predominan temas de orden sentimental, dirigidos a consagrar amistades, lazos familiares, preocupaciones sociales y culturales, sin menospreciar el ámbito natural representado en esas enormes y fecundas tierras que tanto cantará el poeta; se ocupa nuestro poeta de rendir culto a socialidad inherente al ser humano y de invocar un mundo interior que le sale a flote no se sabe por qué…

Primero la tristeza familiar por la huida del hermano, el Aventurero:

 

«…y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir a un país lejano…»

 

 

y del que no se sabe si su aventura fue fructífera:

 

 

¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿lamentará la juventud perdida?

 

 

Y él mismo, el aventurero ha cambiado, casi sin quererlo:

 

«Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente;

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente…»

 

Es Machado, definitivamente, un ejemplar de este novísimo producir poético, que arrancó con la influencia de Darío, ese: «indio divino, domesticador de palabras, conductor de los corceles rítmicos.» Y que pasa a incorporar los elementos de intimidad y emocionalidad fina que los alrededores producen en el poeta:

 

¡Verdes jardincillos,

claras plazoletas,

fuente verdinosa

donde el agua sueña,

donde el agua muda

resbala en la piedra!…

 

 

Y su vocación sentimental también ocupa la actividad del poeta:

De tu morena gracia,

De tu soñar gitano,

De tu mirar de sombra

Quiero llenar mi vaso.

Me embriagaré una noche

De cielo negro y bajo,

Para cantar contigo,

Orilla al mar salado

una canción que deje

cenizas en los labios.

 

Igualmente la elegía de sus alrededores, de la naturaleza misteriosa que lo rodea, es objeto de su canto; muchos versos dedicará a decirle palabras de íntimo gozo o su inevitable tristeza, a los prados y los bosques, las colinas, las flores y los paisajes en general:

 

Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!

Medrosas tiritan tus hojas menguadas.

Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte

Con tus naranjitas secas y arrugadas!

 

Estamos ante un poeta, pues, que simboliza a la naturaleza, que provoca el habla del paisaje, es decir, hace que éste hable y nos dicte su más hondo secreto. «La tierra de Soria humanizada» ─diría Ortega, que aparece ante el poeta, y a través de él, ante nosotros, con un aire místico y cuasidivino, es una muestra de la misión de este poeta que vino a platicar al mundo para ser el vehículo de comunicación con los paisajes.

No pierde ocasión nuestro poeta, para deambular por los secretos caminos de la existencia humana, y por sus más íntimos recovecos:

 

¿Mi corazón se ha dormido?

Colmenares de mis sueños,

¿Ya no labráis? ¿Está seca

la noria del pensamiento,

los cangilones vacíos,

girando, de sombra llenos?

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