Una nota sobre Hernán Cortés
En su libro sobre La leyenda negra, publicado por ediciones Encuentro, en 2014, p. 89, Iván Vélez comenta:
En el lado opuesto a la monumental caja de escalera del Palacio Nacional de la Ciudad de México, decorada por el muralista Diego Rivera (1886-1957), aparece la imagen de Hernán Cortés representado como un ser deforme que, en la desagradable apariencia plasmada por el muralista mexicano, trata de transmitir taras morales. […]
El imperio español, desde las coordenadas riveristas, es mostrado, gracias a figuras como las de Cortés, Alvarado y los ministros de la Iglesia católica, con tintes perversos, mientras los indígenas pintados impregnan los muros del Palacio de algunos de los atributos que el indigenismo cree reconocer todavía e las comunidades que no fueron integradas en la civilización hispana.
Este mural es solo una muestra que, al igual que las ilustraciones del texto de Las Casas, se reproduce hasta la saciedad en libros de texto y postales que se llevan los extranjeros, generando así un efecto visual que difícilmente puede extirparse más que con la lectura y la cabeza fría. Ámbitos que, hasta en los universitarios, escasean. Es, en efecto, un duro golpe a la imagen que Hernán Cortés tiene en nuestra historia oficial y a su papel en la conquista. De ahí que las mismas Cartas de Relación sean mal leídas (cuando se leen) o desacreditadas, a pesar de ser un documento esencial para conocer la mentalidad pero, sobre todo, el proyecto iniciado por Cortés.
Además, casi cien años antes, cuando el Virreinato tocaba su fin, Lucas Alamán registra en su libro «Hernán Cortes y la conquista de México», publicado en México en 1985, pp. 50-51, el siguiente hecho en referencia a los restos del conquistador:
Parecía que Cortés debía haber hallado un asilo en que sus huesos reposasen seguros, en un edificio sagrado y de pública utilidad levantado a sus expensas, pero las vicisitudes políticas vinieron a inquietarlos hasta él. Desde principios del año 1822 se habían hecho varias proposiciones en el congreso para que se sacaran del sepulcro en que estaban y se desbaratase éste.
Contagiados, sin duda, del desprecio masivo a españoles que, incluso, se materializó en un Decreto de expulsión, es el primer ataque que la figura del conquistador recibe. Pero no sólo es en los recintos legislativos, sino que llegó al mismo pueblo enardeciendo a las multitudes, Alamán, en el mismo libro citado, nos cuenta:
No bastó con eso para sosegar los rumores que corrían y a que daban mayor impulso los escritos y discursos públicos, habiendo invocado el orador de la función patriótica de aquel año, un rayo del cielo que cayese sobre la tumba de Cortés; figura que pudo ser oratoria, pero el pueblo incauto que la escuchó sin entender el sentido que acaso estaba en la mente del autor, debió propender mucho a darle un valor efectivo, por lo que se tuvo por necesario hacer desaparecer del todo el sepulcro.
No faltará quien crea que, por ser Lucas Alamán considerado un ideólogo de los conservadores, está fabricando o matizando la historia para hacerla aparecer peor de lo que realmente fue. Lo que vale aquí aclarar es que en el texto de Alamán se cita textualmente como fuente una narración de José María Luis Mora, el ideólogo de los liberales. O se que de ideología, nada. Y tampoco debemos olvidar que son los tiempos del intervencionismo Yanqui (el protestantismo anticatólico de los EE. UU.) a través de sus ritos masónicos que dominaron la política mexicana. Lo cual vendría a concordar con algunos estudiosos que ven en la leyenda negra una afrenta propiciada por los protestantes holandeses, primero, e ingleses, después, quienes a su vez introducen el odio a España en EE. UU. Nos dice Sánchez Jiménez en la página 96 de su libro «Leyenda Negra» publicado en 2016 por editorial Cátedra, refiriéndose a un trabajo de Joaquín Maldonado Macanaz, publicado en La Época del 20 de abril de 1899:
Según el encendido apologeta ese libro completa una leyenda “tejida en Holanda contra nuestro país en los siglos XVI y XVII”, alimentada por la rivalidad de Inglaterra y, modernamente, Estados Unidos país que le proporciona los últimos ejemplos de propaganda anithispánica.
Apenas cabe dudar que ese antihispanismo negrolegendario se difundió en los altos círculos de la mano del célebre ministro plenipotenciario nortemericano J. Poinsett, hábil manipulador y gran artista de la intriga y el vituperio. Apenas es posible dudar que este espía no haya tenido que ver en la campaña de desprestigio hacia los españoles y lo español; Cortés incluido.
Afortunadamente, las investigaciones especializadas suelen darle el lugar que le corresponde como hombre de su tiempo, como conquistador militar, pero también como gran estratega y habilidoso interlocutor. José Luis Martinez, la página 44 de su célebre biografía de Cortés publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1992, lo describe de forma tan precisa como sustancial y profunda que justifica la larguedad de la cita:
Estaba formado por un conjunto de cualidades, aptitudes y monstruosidades: calculada audacia y valentía, resistencia física, necesidad compulsiva de acción, comprensión y utilización de los resortes psicológicos y los móviles del enemigo, evaluación de las circunstancias de cada situación y decisiones rápidas ante ellas, dominio de los hombres con una mezcla de severidad, tolerancia y objetividad; aceptación impávida del crimen y la crueldad por razones políticas y tácticas; ausencia de escrúpulos morales y de propensiones sentimentales; sobriedad en el comer y en el beber, avidez erótica puramente animal, sin pasión; gusto por la pulcritud personal y por el trato señorial; curiosidad y amor por la tierra conquistada y su pueblo, con los que acaba por identificarse; intensas religiosidad y fidelidad a su rey, nunca ofuscadoras; capacidad de organización, legislación y reglamentación, y ambición de poder y de fama más fuertes que el afán de riqueza.
Características tales que, como se ve, son las precisas en los grandes espíritus, en los hombres de exitosas empresas de los que está poblada la historia del mundo. Y decir lo anterior no debe de provocar problema alguno, si lo sabemos situar en perspectiva histórica y sin arrimarnos al extremo de glorificar o santificar. Nada de eso se pretende aquí, y nada de eso se deriva de las palabras de José Luis Martínez sino darle el lugar que merece en la historia.
Sea que aceptamos ver en Hernán Cortés a un hombre excepcional y sea que admitimos su importante papel en el proceso histórico de la conquista, conviene revisar a fondo el proyecto de construcción del imperio reflejado en sus Cartas de relación. Y es que, como hemos apuntado, la leyenda negra nubla la intención del conquistador de crear un verdadero imperio. Y, en consecuencia, dichas Cartas, que son una obra verdaderamente literaria [pero también histórica], han sido leídas en general pasando por el prisma negrolegendario. Lo que ha contribuido a no hacerle justicia ni al espléndido trabajo de redacción de Cortés, ni al importante papel que éste juega en nuestra historia.