Sobre el aplauso
Un hombre que, cuando una perfección pasa ante él, no siente la necesidad del aplauso, es un hombre del cual poco se puede esperar; notad que es ese fenómeno del aplauso uno de los caracteres más extraños, profundos y raros de la especie humana: que las cualidades de un objeto que no es ni va a ser de uno, por sí mismas, provoquen en nosotros ese instinto de abrir los brazos al horizonte, como queriendo abarcar el mundo, de juntarlos enérgicamente, de disparar el extraño pájaro del aplauso, de la ovación, signo específico del hombre que anima la Historia. El aplauso abre el corazón; por eso el gesto primero del que aplaude es abrir los brazos.
José Ortega y Gasset, «Discurso en las Cortes Constituyentes», julio de 1931